top of page

Nada más que imágenes

Historia del paisaje como metáfora de la identidad



La nuestra es la época del paisaje. Hoy el paisaje se debate, se ostenta, se observa y se protege. Hoy el paisaje pertenece a todos, es un fenómeno internacional, expresión de un mundo uniformado y globalizado.

¿Quizás esta sobreexposición cultural sea síntoma de una carencia? Diversos estudiosos han abordado este tema, han interpretado el fenómeno y sacado a la luz una realidad preocupante.

Pero en este artículo no me detendré en eso. La pregunta que me hago es otra:

¿Cómo hemos llegado a la era del Omnipaisaje?


El tema ha sido tratado en una serie de ensayos escritos por el paisajista Michael Jacobs, en particular en Il paesaggio, publicado por Il Mulino.


Para entender cómo hemos llegado a una época dominada por la imagen, debemos sentar al menos un par de bases; la primera de todas: comprender qué está en la raíz del concepto de paisaje, es decir, la relación del hombre moderno con la naturaleza. Si quisiéramos traducir este concepto a una fórmula matemática, podríamos decir que P = S + N.

Con S nos referimos al sujeto, el ser humano en ruptura con el pasado, el hombre moderno. El hombre moderno ve y experimenta.

En el caso del paisaje, la mirada cambia a lo largo de los siglos, como veremos más adelante, gracias a invenciones y tecnologías que se interponen en la vida del ser humano. Por citar dos, entre los siglos XIV y XV: la conquista del punto de vista elevado, ejemplificada en la Carta del Mont Ventoux de Petrarca, y la invención de la perspectiva central, que marcará la ruptura con la visión monocular.

Para el hombre moderno, por tanto, el paisaje es el punto de encuentro entre artificio y percepción vivida.

Con N, en nuestra fórmula, entendemos la naturaleza. Para el hombre, la naturaleza no siempre ha tenido el mismo valor; de hecho, la relación con ella es cambiante y sigue el desarrollo del pensamiento humano. Para comprender mejor cómo y por qué cambia el concepto de naturaleza, recorremos a grandes rasgos la historia desde el siglo V a.C., plena época helénica.

En el siglo V a.C., el ser humano está en el centro del mundo y el paisaje no se considera una forma estética, sino que tiene un valor práctico. Incluso en las filosofías presocráticas que colocan en el centro un elemento natural —como las de Tales, Anaxímenes o Anaximandro— no encontramos la distancia necesaria para una mirada contemplativa sobre la naturaleza.

En el siglo III d.C., en Alejandría de Egipto, nace el género bucólico, y más tarde aparecen las pinturas murales en las villas romanas. No es casualidad que el género poético donde los protagonistas son simples pastores y el escenario es un campo sereno naciera en la ciudad más “tecnológica” de la Antigüedad. Esta es la primera señal de una distancia frente a la naturaleza, necesaria para crear el género.


Llegamos a la Edad Media, período en el cual la naturaleza es filtrada a través de dos lentes: la religiosa —que ve la naturaleza como lapsa, es decir, caída, y remite al estado del hombre tras la expulsión del Paraíso—, y otra que podríamos definir como antropológica o psicológica, la del locus terribilis, es decir, de una naturaleza nefasta. Para el hombre medieval, la naturaleza significaba principalmente peligro: salir del propio pueblo era poner en riesgo la vida.


Solo al final de la Edad Media, gracias a la deforestación, a la exploración y a la literatura que empieza a tratar elementos naturales, la naturaleza se convierte en un lugar seguro. Un elemento clave en esta relación es el desplazamiento hacia las ciudades; al alejarse de la naturaleza, el hombre se aleja de lo conocido para entrar en lo otro: la ciudad. Es de ahí de donde nacerá lo que se denomina el deseo de naturaleza.


Sigamos con nuestro viaje y llegamos al siglo XVI, época en la que la naturaleza está en el centro de la ciencia y la filosofía. Estamos en tiempos de armonía y optimismo filosófico, y no es casualidad que en este siglo nazca el género paisajístico.


Resumiendo las etapas conquistadas, podemos decir que antes del 1500 el hombre vivía en la naturaleza y no había experimentado esa nostalgia que le habría permitido desearla. Solo al alejarse de ella pudo darse cuenta de su deseo, consciente de la distancia, y con la mirada construir una visión: la naturaleza se convierte en imagen. La imagen se convierte en paisaje.


Hasta el siglo XVII, el paisaje en la historia del arte se ve a través de un sujeto. El personaje forma parte del contexto narrativo, y entrar en el paisaje significa hacerlo a través de la historia y del punto de vista del sujeto. La experiencia, por tanto, está filtrada por el elemento temporal.

ree

Será el pintor Claude Lorrain quien cambiará el papel de las figuras en el género paisajístico, pasando de ser protagonistas a convertirse en elementos que se disuelven en el paisaje.

De este modo, el espectador se proyecta en el paisaje sin la intermediación de las figuras y experimenta el tiempo a través del espacio, como definió el fenómeno el geógrafo chino-estadounidense Yi-Fu Tuan.



El siglo XVIII es, en cambio, la época de lo sublime: la naturaleza debe sorprender, y la tarea del ser humano es domesticarla.El máximo exponente de este género es Caspar David Friedrich.

Sin embargo, lo sublime está destinado a tener una vida breve: una vez que la naturaleza es capturada y, por tanto, sometida, ya no sorprende.Y para revivir esa experiencia, el hombre necesita desplazarse, y seguir desplazándose, hasta que todo el mundo sea conocido y ya no quede nada que cause asombro.



Así, en el siglo XIX, nace lo pintoresco.Lo pintoresco supera las dos formas clásicas de la estética de la naturaleza, lo bello y lo sublime.En una época de desmoronamiento estético, lo bello aburre y lo sublime agota; así surge lo pintoresco, el punto de encuentro entre ambos.

Contemplar la naturaleza para afirmar el yo a través del efecto inmediato que un rincón natural produce en el espectador.Es la victoria de la naturaleza sobre el ser humano: en las imágenes pintorescas, de hecho, encontramos elementos del ingenio humano, pero abandonados y superados por la fuerza de la naturaleza.



Se llega al siglo XX: la posmodernidad marca el fin de la historia como sucesión de novedades significativas y da inicio a una estética de la mezcla, del ensamblaje.

Además, las innovaciones de este siglo crean nuevos puntos de vista que inevitablemente generan nuevas imágenes. Pensemos, por ejemplo, en el sistema ferroviario de finales del siglo XIX, con su visión sesgada similar a la cinematográfica, y en el automóvil, con el cual se regresa a la frontalidad.

Al final del siglo XX asistimos a la crisis de la planificación. Nos encontramos en el primer período de la posguerra, con el fenómeno del sprawl, es decir, la expansión rápida y desordenada de las ciudades, y la consiguiente desaparición de los no lugares.Los no lugares son partes del territorio todavía salvaje, son los lugares amenos, los sitios pintorescos; esta carencia da lugar al deseo de protección, y así, en 1945, nace la UNESCO y su repertorio.

Estas imágenes, creadas por la nostalgia, son las que nos permiten descubrir y memorizar un lugar determinado. Pensemos en los paisajes alpinos, las vistas panorámicas, los carteles publicitarios del turismo, o en toda esa serie de imágenes que remiten a un tema que nosotros mismos identificamos con una imagen concreta.



Hoy en día, los nuevos soportes y la demanda constante generan continuamente nuevas imágenes.Vivimos de imágenes, las usamos incluso para comunicarnos; pensemos en los emoticonos o los stickers que invaden nuestras conversaciones.

Todo lo que vivimos lo transformamos en imagen, y con ella nos identificamos.Nuestra identidad está ligada a las imágenes desde el momento en que nacemos: los álbumes de fotos, las redes sociales, los avatares…Somos nuestras imágenes y nuestra vida está contenida en las imágenes que existen de nosotros.Lo que no es digno de convertirse en imagen no es real, es algo obsoleto que no nos pertenece.


La reflexión ahora se centra en la autenticidad de las imágenes que producimos.

 
 
 

Comentarios


bottom of page