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¿Nació antes el hombre o la pintura?

La voz muda del arte

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El hombre comenzó a hacer arte cuando desarrolló la conciencia de sí mismo y de los demás, es decir, antes del lenguaje oral y antes del lenguaje escrito codificado.


El hombre del Paleolítico grababa en las paredes de las cuevas bisontes, renos y mamuts de gran tamaño como rito propiciatorio. Como si, al dibujar la realidad tal como deseaba que fuera, pudiera influir en ella. Esta misma idea se encuentra en la realización de las Venus prehistóricas: estatuillas de figuras femeninas con senos y vientres exagerados, esculpidas como símbolo de prosperidad.

Dando un salto hacia el Neolítico, estas representaciones cambian: aparecen signos geométricos y abstractos, pocos trazos para describir objetos de uso cotidiano, personas y animales. Al igual que cambia la forma de representar, también cambia el significado: el objetivo pasa a ser la documentación y la información; una especie de pre-lenguaje.


Estos fueron los dos periodos históricos en los que se definieron los que serían, hasta hoy, los dos propósitos del arte: el arte como medio de expresión de las grandes preguntas existenciales y el arte como medio de comunicación.


A lo largo de la historia, estas dos naturalezas a menudo se entrelazan de forma tan estrecha que es difícil distinguirlas; otras veces son tan opuestas que uno se pregunta cómo pueden ser dos caras de la misma moneda.


Pero, ¿qué es lo que realmente da valor a una expresión artística?


¿El propio artista? Pensemos que, durante casi todo el Imperio Romano, las obras no llevaban firma, salvo en algunos casos aislados.


¿El material con el que está hecha? Podría ser, pero con ese criterio, un diente de oro valdría más que un garabato de Leonardo da Vinci, y sabemos que no es así.


¿El valor que la sociedad le da a la obra? También en este caso la respuesta queda en el aire; basta pensar en tantos artistas —Van Gogh, por nombrar uno, o Egon Schiele— que no fueron comprendidos hasta años después de su muerte.


No es fácil encontrar una respuesta a esta pregunta, porque el arte no tiene una definición completa que abarque todo lo que es. En el diccionario se define como cualquier forma de actividad humana que demuestra o exalta su talento inventivo y su capacidad expresiva, pero a la luz de lo dicho antes, esa definición resulta incompleta e insatisfactoria.


Sin duda, una forma artística puede definirse como algo que trasciende lo ordinario, una actividad de éxtasis, como estado de evasión total de la realidad. Pero la expresión “talento inventivo” no hace justicia a lo que realmente se esconde detrás de un artista. Inventivo remite a invención, es decir, crear algo que no existe; pero un artista, más que inventar, reinventa. El arte —todo el arte— no es más que inspiración. Es una cadena infinita de interpretación de lo vivido, lo visto, lo deseado, lo amado, lo odiado, lo sufrido… de todo lo que es humano.


En esta dimensión encaja perfectamente el mito de la hija del alfarero Butades. Enamorada de un joven que debía partir, una noche dibuja el contorno de su sombra en la pared a la luz de una lámpara. El padre, hábil trabajador de la cerámica, realiza entonces para su hija lo que la leyenda considera el primer retrato de la historia. Este mito nos cuenta que el arte nace para aliviar un dolor, para llenar un vacío dejado por las circunstancias de la vida.


El lienzo en sí representa un espacio que los artistas llenan con su lenguaje: un lenguaje figurativo compuesto por simbolismos, colores, luces y sombras, trazos, emociones y misterio. Muchos artistas son recordados como almas atormentadas que viven la vida hasta el fondo, en una búsqueda constante de perfección, obsesionados por comunicar con su arte lo que la vida les grita en el interior. Demasiado sensibles para usar palabras —afiladas y definidas—, hablan con trazos y colores.


Naturalmente, la pregunta del título es provocadora y está destinada a quedar sin respuesta, como el más antiguo de los acertijos del que proviene. Pero resulta desconcertante pensar que el ser humano lleva miles de años usando el dibujo para contar el mundo y, más aún, para contarse a sí mismo y a sus dolores, para fijar algo pasajero, para dejar una huella. Porque, en el fondo, ese es el deseo de todos: no ser olvidados, y crear algo que permanezca incluso cuando ya no estemos.


Las obras de arte despiertan sentimientos comunes en su época y en las siguientes, por su esencia universal, porque son capaces de reunir a todos en torno a su voz silenciosa.

 
 
 

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